La indiferencia, su valor opuesto: “no puede existir un mundo diferente con personas indiferentes”.
La indiferencia… una actitud que solemos tomar frente a los que nos rodean pero que al mismo tiempo produce el alejamiento de nuestras familias, pero especialmente de Dios y del prójimo, pero que también nos acerca al egoísmo, a la falta de amor y solidaridad por el otro.
No obstante, por más que normalicemos y creamos que la indiferencia no es algo malo, el precio de la indiferencia ante los ojos de Dios es alto para todos. Nos empuja a la soledad porque al pensar que somos autosuficientes, olvidamos lo fundamental que es la solidaridad. Lo cual es muy importante para que el funcionamiento de la sociedad y la interacción entre cada persona sea sana y con amor.
Dios no nos creó para estar solos en el mundo, nos creó con hermanos para que podamos compartir el amor, el compañerismo y afrontar las posibles dificultades que brinde el mundo, unidos. Por lo tanto, la indiferencia representa a que nos sentimos superiores al resto pero que también tenemos a Dios fuera de nuestra vida y corazón. Esto es un acto muy egoísta de nuestra parte porque todo lo que logramos y tenemos en la vida es gracias a él ya que, sin él, no somos nada.
En este sentido, la indiferencia se expresa cuando cada uno debe preocuparse de sus problemas sin contar con que nadie nos vaya a echar una mano, de la misma forma que nosotros tampoco se la echaremos a los demás, y deberán arreglárselas como puedan. Hay un dicho muy famoso que explica lo que la indiferencia es: “cada palo que aguante su vela”. Esta expresión refleja que nosotros como personas, pasamos la mayor parte de nuestra vida ocupándonos de nosotros mismos, por ejemplo: estudiamos, trabajamos, constituimos familias y las cuidamos. Esto da a entender, que sólo nos ocupamos de lo que pase en nuestra vida, siendo poco importante lo que sea externo a nosotros.
Sin embargo, lo que espera Dios de nosotros en torno a la indiferencia es que abramos los ojos y especialmente el corazón para que dejemos de pensar en nosotros mismos únicamente, ayudando a quienes más necesiten, a los desamparados, los que estén perdidos y no encuentren el camino de él. Porque Dios junto a la Biblia, busca motivarnos a amar al prójimo como nosotros mismos. Entonces, si abandonamos la indiferencia frente a los que nos rodean, él nos elimina el dolor, la soledad y el rencor que son nocivos para nosotros, reemplazándolos por felicidad, amor, paz y un camino junto a él, porque somos sus seguidores. Él estará siempre para guiarnos en los momentos más difíciles y en la toma de decisiones personales, siempre nos acompañará. Pero primero debemos eliminar toda indiferencia, arrogancia, egoísmo y falta de humildad de nuestro corazón. Porque estos factores están lejos de lo que él nos propuso, diciendo: “todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los profetas” (Evangelio Mateo 7, 12).
El precio de estos factores serán pagados por nosotros cuando seamos juzgados por él. Por ende, retomemos y cambiemos las acciones que construyen nuestro camino, si lo que venimos haciendo hasta ahora no ayuda al prójimo y excluye a Dios de nuestra vida. Porque la indiferencia denota de Dios una gran ausencia. Sin su bendición y presencia no queda mas que pagar por nuestros errores.