A Jesús crucificado en desnudez lastimosa acude el pobre que carece de pan y abrigo. A Él humillado y colocado entre criminales vuelve sus ojos el que se siente injustamente perseguido. A Él coronado de espinas se dirige el que sufre dolores de la mente, del recuerdo y del bien perdido. A esas manos clavadas pide alivio aquel que no puede obrar porque se desconoce su propio derecho. A esos pies adheridos a un Madero pide libertad aquel que sabe cuan áspero es subir la cuesta descalzo. A Él azotado y humillado se dirige quien siente las enfermedades de este cuerpo, lleno de pasiones ahora y mañana de gusanos.
Y a Él acude el que termina su vida, porque Él quiso también ser moribundo y enseñar a morir.
Cristo da heroísmo a los mártires, austeridad a los hombres, pureza los monasterios, inspiración a los escritores y a los oradores cristianos.
Muchísimas grandes sabios se inspiraron en sus sublimes enseñanzas: Colón al descubrir América cayó de rodillas para agradecer a Jesucristo; Washington, Bolívar y otros Libertadores creían en él y lo invocaban; Dante, Shakespeare, Cervantes y muchos literatos más, oraban con fe al Redentor.
Los pueblos en los días de sus grandes emociones invocan a Cristo. Su imagen está sobre la cima de los Andes y su Cruz preside ciudades pueblos y Campos.
Solamente de Él podemos esperar palabras de vida eterna. Él llama a los pequeños con lenguaje tan tierno como la voz de la Providencia; predica en forma tan Clara como no lo hizo ningún otro orador en la tierra y emplea palabras más vivas y enérgicas que las que emplearon los grandes dramaturgos. Él es la inspiración de muchos.
Que el Señor te conceda La Paz.