Cuando lleguemos a la eternidad veremos cuánto sirvió la muerte de Jesús para conseguirnos un destino feliz en el cielo.
Para Jesús tomar el cáliz de amargura no era sufrir en vano, sino cumplir el plan más maravilloso de Dios a favor de los pecadores.
Él decía de sí mismo: “yo soy aquel a quién el Padre ha santificado y enviado al mundo”, y es el único que ha podido afirmar que quién crea en Él tendrá vida eterna.
Jesús es persona sensible y detallista, da importancia a la generosidad de una pobre viuda y al arrepentimiento de una mujer pecadora. Él se convirtió en el mejor contador de historias que ha existido. Los lirios cautivaban sus ojos y las aves del cielo le inspiraban. El comportamiento de las ovejas y el modo de obrar de los pastores le llamaban la atención.
Su espíritu de observación le llevó a narrar historias muy hermosas e impactantes. Murió joven pero tenía ya en la madurez del más venerable anciano.
Siendo riquísimo, no tenía donde reclinar su cabeza. Vivía en un ambiente estresante , pero aun así demostraba la más total calma y mansedumbre.
Tanto que pudo gritar: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29)
Señor Jesús, cuánto necesitamos aprender de Ti.
Que el Señor te conceda La Paz.
Siervos de la familia de Nazaret.