[vc_row][vc_column][vc_column_text css=”.vc_custom_1603442985279{padding-right: 30px !important;padding-left: 30px !important;background-color: #fffaeb !important;}”]
Cuando los apóstoles se sienten débiles e incapaces de solucionar sus problemas, como por ejemplo en la noche de la tempestad en el mar, interviene entonces El poder del Hijo de Dios. El grito de ellos en esa noche, como el nuestro en tantos casos graves, es el grito de los que no consiguen el control de la situación:
_ Señor ¿no te importa nada que nos hundamos?
_ (Mc 4,38) Jesús interviene y calma La tempestad.
Hay que “despertar” a Jesús con la oración. También en nuestra barca, aunque viajemos con Jesús se sienten tempestades y hay peligro de hundirse entre las olas y a ratos parece que nos enfrentamos a lo imposible.
Cuando los miedos del corazón se levantan como una ola embravecida y con la oración acudimos al Señor, logramos que Él venga en nuestra ayuda.
Pero lo que le interesa es que tengamos fe en Él, que es el protector del débil, el salvador de lo que estaba perdido, el que llena de vida cuando hay amenaza de muerte.
Cristo manda al mar de las dificultades y al viento de las oposiciones para defender a quienes lo invocan con fe.
Él sigue diciendo día por día a lo que se opone a nuestra salvación: “cállese, enmudezca” y el huracán de los problemas y las olas de las pasiones se van calmando y como la noche el Evangelio se hace una gran calma. (Lc 8) y llega la paz y la tranquilidad a quienes han recurrido con fe y confianza orando sin desanimarse.
Con la oración se obtiene mayor paz que con los calmantes y las distracciones. Jesús nunca les falla A quiénes le honran con fe.
Oh Jesús danos una fe que sea más fuerte que las olas estremecedoras del mar de cada día
Que el Señor te conceda La Paz
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]